Al pedirte ayuda y darme apática tu espalda, todavía estaba en vela.
Entré sonámbulo en mis sienes,
(casi sin notarlo en mi inusual insomnio)
y te desperté intentando reconciliar las penas.
Al abandonar tu espalda para reencontrar tus ojos,
comenzó impulsiva una vertiginosa desazón.
Desperté ahogado,
intoxicado de presagios.
Y al ver tu espalda
"in-tacta"
comprendí:
...será prudente mantenerte allí.
Adormecida.
Son ahora las 6:30, las sombras ya borrachas se des-ilusionaron.
Una enorme bola de fuego,
incandescente me recuerda
al cansancio que no siento,
como no siento el calor
del solsticio que se aleja,
manoteando como ahogado
la inmensidad del cielo en mi narices.
Alejándome de un cuerpo aniquilado,
hasta la inmensidad oscura,
que lo cubre todo.
En sus vísceras me envuelve,
me sosiega,
me acuna,
me relaja,
me ciega,
me entiende,
me perdona,
me disipa,
me adormece.
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