domingo, octubre 05, 2008

Prohibido ahogarse, que te tiran con el yugo castrador!

Amigos,
creyentes,
y lúcidos herejes
como quien aquí
despechadamente habla.

¿Puede un hombre reconocer,
el fin de una dialéctica?
¿El sin razón de las palabras?
¿Caer en goce de su error y
desparramar caricias más ternuras,
para comenzar el día acompañado?

¡Más bien que puede!
¡PERO NO DEBE,
abrir su corazón sangrante,
para convertirse en presa,
de esa
desfalada rapaz arpía desamorada,
a tu lado sosegada.

Así hablaba un sabio conocido.
Más no habiéndole hecho caso,
hoy maltrecho lo reniego
por su justa conjetura:

"No confíes en ser vivo,
que sangrando cinco días
cada treinta que se amansa,
sigue vivo y deambulando."

Antes de pedir ayuda

Al pedirte ayuda y darme apática tu espalda, todavía estaba en vela.
Entré sonámbulo en mis sienes,
(casi sin notarlo en mi inusual insomnio)
y te desperté intentando reconciliar las penas.

Al abandonar tu espalda para reencontrar tus ojos,
comenzó impulsiva una vertiginosa desazón.

Desperté ahogado,
intoxicado de presagios.
Y al ver tu espalda
"in-tacta"
comprendí:
...será prudente mantenerte allí.
Adormecida.

Son ahora las 6:30, las sombras ya borrachas se des-ilusionaron.
Una enorme bola de fuego,
incandescente me recuerda
al cansancio que no siento,
como no siento el calor
del solsticio que se aleja,
manoteando como ahogado
la inmensidad del cielo en mi narices.
Alejándome de un cuerpo aniquilado,
hasta la inmensidad oscura,
que lo cubre todo.
En sus vísceras me envuelve,
me sosiega,
me acuna,
me relaja,
me ciega,
me entiende,
me perdona,
me disipa,
me adormece.

Nada sobre mi